
Al ver una obra de arte como “Concierto de jóvenes” de Michelangelo Merisi Caravaggio me dejo gobernar por un sinfín de sensasiones. Olores, sabores... Sonidos. El rojo de la tela, que cubre al joven (que pienso se repite como clon en varias posturas) me sabe a fresa con chocolate. El laúd por el cual suponemos que todos los retratados son músicos suena a un constante Re-Sol en armonía. El fondo me huele a libro viejo... a hoja amarillenta. aunque la piel de los muchachos me huele a algodón de azucar.
El arte es sensación. El ser humano inventó el arte para sublimar sus sensaciones y en ese proceso realizó un acto de magia en el que encerró latentemente las sensaciones que revolotean por el univeso en una imagen, o en un juego de palabras, o en un sonido musical o en una pieza escultórica... en una obra de arte... y es por eso que las obras de arte tienen la cualidad de transportar a quien se atreve a dejarse seducir por ellas a lugares que no imaginaríamos incluso en nuestros mejores sueños, pero que son producto de, precisamente nuestros sueños... y luego de hablar de que el arte es sensual como una variante de la sensorialidad, vemos que el arte es mucho más, es incluso espiritual.
Entonces, ¿la sensualidad es también espiritual? pues ¡por supuesto!. El universo es un eterno continuum del espacio al tiempo y del cuerpo al espíritu, donde no existen fronteras reales entre una y otra sensación, entre una y otra persona, entre uno y otro tiempo. Todo es uno. Todos somos parte de lo mismo.
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